domingo, 19 de junio de 2011

La noche bajo las estrellas

La noche nos atormentaba con su frío inquebrantable, allí ella y yo deambulábamos en la inercia de la vida…



La noche que trajo consigo un manto de terciopelo negro sobre el cual algún duende travieso derramo un millar de diamante atrajo con gracia mi atención; y ni el viento ni el frío lograron evitar que mi terquesa me llevara a la playa en cuya orilla me tendí a observar el hermoso cielo que se me brindaba...

El tiempo corrió lento y sin prisa, mis ojos deambularon sin posarse en un objetivo ya que veían sin ver la grandiosa belleza que el espacio infinito me ofrecía…

El regalo de mi espera fue dado cuando una estrella fugas dividió el cielo he ilumino mi rostro con la sonrisa del alma; mi deseo fue revelado a los dioses de la piedad quienes me dieron tan dichosa gracia..

La cuenta regresiva había comenzado; el tiempo era ahora mi principal enemigo y nada podía hacer para detenerle; cuando el mismo hubo llegado a su fin, sentí en mi interior la decepción que surge de la bondad desmedida y la confianza mal brindada; creí una ves más, que había sido engañado…

Más la espera no fue en vano, otorgué al tiempo una segunda oportunidad y el gratifico mi paciencia cumpliendo mi deseo…



Bajo una manta cuyo sentido no he preciado, se hallaban dos almas contemplando las bastas extensiones de nuestro universo; a sus pies las olas del río embravecido por el soplo del viento hacia sentir el poder de sus aguas rompiendo en olas contra la costa…

La brisa gélida recorría nuestro cuerpo helando la gélida sonrisa de satisfacción que se adentraba en el alma inconmovible…

La arena infinita he incontable les brindaba el mullido apoyo que el destino otorgaba a los pocos agraciados…

Nuevamente las estrellas eran el mayor de los deleites para quienes vieron en ella las formas que debían ser vistas y comprendieron que una vos distante les susurraba el silencio…



Descubrieron que no son necesarios los ojos para ver las cosas, que no son imprescindibles los oídos para quienes saben escuchar; y que carecen igualmente de importancia los demás sentidos para quienes saben comprender, que en una única palabra, que en una única mirada, que en una única acción se resuelve el secreto mejor guardado de la naturaleza humana…



Esa noche, sin pensar en el frío, más allá de las estrellas, de la arena, de las olas y del espacio infinito unos de los jóvenes comprendió estos secretos que rebelaba la naturaleza y sabiamente silencio entonces su respuesta para que solo quien supiese escuchar comprendiera … Nadie comprendió…



Las horas veloces acecinaron el brillo infinito de la noche, el día fue cruel y se desvaneció en las miradas sin sentido y frustración; todo llegaba a su fin y terminaba bruscamente…



No hubo despedida y todo fue absorbido por el silencio; que había sucedido fue un secreto misterioso; ambos descubrieron la respuesta; solo uno de ellos estaba equivocado…

Kevin Heves Maranetto Vranich

09/07/2005

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