domingo, 19 de junio de 2011

El joven enamorado

La tome de la mano y caminamos juntos, en silencio. La noche era clara y despejada, tras la cortina negra del espacio se veían infinitas estrellas brillantes como diamantes sobre el terciopelo negro. La luna redonda y blanca nos veía pasar por ese camino abandonado en que años atrás nos habíamos conocido.


Los sonidos de la noche y los perfumes de las flores que habían llegado junto con la primavera endulzaban el aire e invitaban a los corazones a ser felices, allí ella y yo paseábamos inmunes a la mágica influencia de esta estación que se adorna con mariposas y colores…


Ni sentía ni miraban sus ojos vacíos, ellos solo buscaban consuelo en el camino que dejábamos atrás. El viento jugueteaba con su pelo mientras la calidez acariciaba su cuerpo, pero ella no lo notaba…


Los árboles se mecían suavemente y algún pajarillo nos extasiaba con su cantar, la noche nos invitaba con los brazos abiertos a ser felices pero ambos habíamos negado la invitación.


Lentamente nos desplazamos tomados de la mano por ese camino sabiendo a donde nos dirigíamos y que sucedería cuando llegáramos allí, nuestros corazones nos pedían prisa, que todo sucediera de una vez, pero nuestro paso seguía lento y conservador…


Cuando las ultimas casas quedaron atrás y las penumbras tiñeron de sus tonos grises nuestros rostros, nos dimos cuenta que habíamos llegado al final del camino.


Tomados de la mano nos detuvimos bajo aquel viejo árbol donde nos habíamos dado nuestro primer beso, donde nos habíamos jurado amarnos eternamente y donde nos habíamos reconciliado tantas veces; ese lugar donde acudíamos para estar solos o acompañados, ese lugar donde el destino nos traía cada noche, ese mágico lugar donde todo comenzó…


Ambos, inmóviles, sin atrevernos a hablarnos nos miramos a los ojos, al alma, a ese sentimiento que durante tanto tiempo habíamos compartido…


La mire con tristeza y con dulzura, con deseo y esperanza, con temor e incertidumbre; solo la mire y trate de entender porque me dolía tanto verla de esa manera, con esa mirada fría, perdida en donde yo ya no existía…


Una lágrima de plata rodó por mi mejilla; durante muchos años la había guardado sabiendo que este momento llegaría, y llegó…


Lentamente su mano se poso en mi rostro y se robo esa lágrima tan preciada, me miro con dulzura y me hirió con la mirada, yo sabia que sucedería y sabía que jamás estaría preparado, pero recién ahora sabía que seria en esta noche.


Con su vos queda y susurrante me dijo que lo sentía; me beso y se alejó por el camino que unos momentos antes habíamos cruzado tomados de la mano, yo también lo sentí, sentí como el dolor consumía mi cuerpo y sentí como moría por este dolor; sentí no volver a verla, a besarla; la vi alejarse. Caí arrodillado y llore, llore hasta que mis ojos se secaron, hasta que descubrí cuanto la amaba, cuanto la deseaba y cuanto había perdido, en ese momento descubrí: que jamás podría dejar de llorar…


 
21/06/2004


 Kevin Heves Maranetto Vranich

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