Habían tenido una discusión tonta esa tarde, cuando
llegó la noche no la habían resuelto, ambos se fueron a dormir, él se acomodó
en la cama, prendió la tele, y puso un partido que había visto por la tarde,
ella tomó del cajón de la mesilla junto a la cama una revista que había leído ya
diez veces y comenzó a ojear las páginas con un interés superfluo…
Cada uno en su mundo, en sus pensamientos, pero
juntos en la misma cama, sintiendo no muy lejos el calor de la compañía, él
había trabajado por la mañana, en la tarde se había ocupado de cortar el pasto
y hacer unas refacciones que llevaban mucho en la lista de pendientes, estaba
cansado, quería dormir, pero el sueño estaba dispuesto a hacerse rogar
Relojeó con el rabillo de la vista a su mujer de
tantos años enfrascada en la lectura, hubiera jurado que había visto muchas
veces esa revista en sus manos pero no estaba seguro, no hacia tanto que usaba
esas gafas de marcos anchos, no le gustaban de marcos anchos pero a ella sí. A él
le gustaba ella…
Ya no era la mujer de tantos años atrás, aún en su
mirada discreta notó la papada que antes no tenía, esos hilos de plata que se
comenzaban a entreverar con su cabellera negra, esas arruguitas que habían empezado
en la comisura de los labios y los ojos y poco a poco habían ido avanzando como
lo hacía la gramilla del jardín sobre la quinta.
No necesitaba verla ni tocarla para saber que sus
añorados pechos duros y tersos ya se dejaban caer a sus lados, como dos bochas
de helado que les dio el sol y comenzaron a derretirse. Su cola tan firme de la
juventud ya no lo era, sus muslos habían perdido aquella atlética condición, la
piel de todo su cuerpo ya no tenía la suavidad que lograba recordar, sus dedos
exploraron alguna vez, ella hacía tiempo que había dejado de cuidarse como en
los años mozos…
Poco a poco había comenzado a depilarse más
espaciadamente hasta el punto de casi no hacerlo, tuvo la ligera tentación de
estirar su mano y posarla sobre su barriga, que en un pasado fue tan firme, y
ahora dejaba entrever unas estrías que la hacían perder la compostura, no había
gimnasio ni dieta que dejara pasar desapercibido el nacimiento de dos hijos…
Esta mujer que envejecía a su lado estaba tan
lejos de aquella jovenzuela ardiente que le había llenado de pasión en una
juventud, tan escondida en sus recuerdos, su energía no era la de antes, las
tareas del hogar habían comenzado a pasar factura y ya no tenían esos arrebatos
de amor tan comunes cuando la relación había comenzado… su atención regresó al
partido, venía el gol que le interesaba ver…
Ella desvió la vista apenas, estaba concentrado en
el televisor como si de una droga se tratara, la tercera vez que veía lo mismo,
que tenía de divertido ver tres veces el mismo partido, y si llegaban a
repetirlo al día siguiente lo volvería a ver, estaba segura, o miraría los
comentarios en algún programa deportivo, no entendería nunca a los hombres… ni
siquiera a su hombre…
Sacó rápidamente la cuenta de cuantos años llevaban
juntos, cuantos de casado, de pasada recordó cuando se conocieron, cuanto
faltaba para el aniversario, para su cumpleaños y el de su hijo mayor que ya
era este mes, todo en una fracción de segundo… y luego retrocedió al día que lo
conoció… ¡Como cambio!
Se le había caído mucho el pelo, las entradas eran
profundas y ahora su cabellera morena era completamente plateada, su barriga se
había hinchado perdiendo aquella figura atlética de la juventud. No solo su
barriga había cambiado aquello, ya no tenía aquel espíritu, aquella energía inacabable
que la enamoró hace tantísimo tiempo. Ahora cuando salía del trabajo estaba
cansado, necesitaba una siesta antes de ponerse con cualquier actividad de la
casa, y cuando las hacia su paso lento no le permitía terminarlas todas, poco a
poco se acumulaban trabajos pendientes…
Hacía meses que la casa estaba para pintar, el
pasto que hoy había cortado debía haberse dejado prolijo una semana atrás, y no
había podido recogerlo, quedaría para el día siguiente. Había una canilla que
goteaba desde hacía meses “que vería pronto” y quedaba aun pintar el cuarto que
se había dejado para después cuando se pintó el resto de la casa por dentro…
Los años se habían comido aquella energía viril,
habían desfigurado al hombre atlético del que se había enamorado, extrañaba
esas noches que entregados en la pasión los sorprendía el amanecer, cuanto
había pasado desde que sus manos ásperas habían explorado los íntimos rincones
de su cuerpo femenino. De pronto el partido terminó, apagó el televisor y cerró
los ojos. Ella dejo la revista en la mesilla, apagó la portátil y en la
oscuridad se quedó mirando el techo, de pronto sintió su mano sobre ella, y
durante un momento le dio vergüenza que sus formas ya no fueran las de su
juventud... Sintió su cuerpo pesado arrastrarse en la cama muy junto a su lado,
sintió su aliento respirarle en el cuello…
-“Te Amo”…
-“Yo también te amo”
Y se durmieron olvidando que los años habían
pasado…
Kevin Heves Maranetto Vranich
26/04/2018
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