Había terminado las tareas del colegio y
fue a la cocina por un refrigerio, el reloj en una de las paredes indicaba que
estaba ya entrada la madrugada, fue en ese momento que escuchó un coche
detenerse frente a su casa, momentos después las luces y el ruido a motor se
alejaron para dar paso a unos golpes suaves en la puerta. Sus padres hacía rato
dormían y no era hora que su hermano volviera aún. No sabía quién pudiera ser. Y
sintió un dejo de preocupación dudando si debería atender o no.
Se acercó expectante a la puerta y observó
a través de la mirilla. Se le escapó un suspiro. No podía ser lo que veía al otro
lado. No pude evitar pensar que debía haberse quedado dormía mientras terminaba
sus tareas o tomaba un vaso de leche…
Conteniendo la respiración. Convencida que
aquello era un sueño, abrió la puerta con lentitud y desconfianza. Sin lugar a
dudas, mojado y tiritando de frío, allí estaba él.
Llevaban meses escribiéndose.
Encariñándose. Enamorándose. Se habían contado sus más profundos secretos, se habían
desnudado el alma el uno al otro y hablaron de verse algunas veces, pero vivían
tan lejos uno del otro que era algo imposible... sin embargo allí estaba allí
Le regresó una mirada expectante. Una
sonrisa trémula. Llena de calidez vibrante. Ella estaba casi enmudecida.
Alcanzó a preguntar qué asía allí. El logró responder que no podía pasar un día
más sin verla y sin pensarlo siquiera había juntado los ahorros de su vida y
con algo de suerte había llegado hasta allí. Ahora, concretada tan alocada
aventura impulsada por las más íntimas fibras de su ser sentía cumplido su
sueño y podía regresar, en su casa estarían preocupados por su ausencia. A
nadie había contado de aquello loca aventura... jamás lo hubieran dejado, con
solo 17 años era aún un niño para sus padres ¿Cómo le permitirían cruzar el país
por tan alocadas razones…?
Ella negó. Lo tenía allí. No podía
permitir que se fuera, no ahora, menos así. Lo tomó de la mano y él se dejó
conducir. Como si el tacto tibio de la femenina piel le hubiera quitado toda
voluntad.
Se deslizaron con furtivo silencio por un
pasillo, ella abrió la puerta de su cuarto y lo jaló dentro. Cerró tras de sí.
Quien sabe que hubiera dicho su familia si supiera que a esa hora de la
madrugada. O a cualquier otra. Había un muchacho en su habitación
De pronto se dio cuenta de lo que había
hecho y la invadió el pánico. Se calmó sólo al ver la mirada del muchacho que
tiritaba de frío y parecía apunto de colapsar de los nervios
Susurró que le buscaría una toalla. Y el negó
con la cabeza. Sólo dijo que debía irse. Una y otra vez. No había planeado
aquella situación, el solo había deseado ver su sonrisa sin que hubiese una línea
de fibra óptica de por medio, él había sentido la imperiosa necesidad de verla,
y ahora estaba allí, en una ciudad extraña, dentro de una casa desconocida,
quien sabe que le hicieran si le descubrieran las personas que dormirían al
otro lado de aquellas paredes, que haría ella si se dejaba poseer por el impulso
indomable que le asfixiaba por tomarla en sus brazos y...
Ella se aferró a él, no podía permitir que
se fuera
-Comprenderme. Debo irme. ¿No lo entiendes?
Lo miró a los ojos. Se conocían tan bien.
Como no lo entendería. Si veía aquellas extrañas emociones en sus ojos azules.
Las mismas que danzaban en los femeninos ojos verdes. El miedo. El deseo. La
delgada línea que le impedía perder el control y hacer realidad sus más íntimos
sueños.
Él tenía razón. Ella lo sabía. Debía irse.
No podía quedarse...
Finalmente, él tuvo el valor de retroceder
usando el último soplo de su voluntad. Pero la mano de ella no se deslizó. Lo
sostuvo firmemente. Aunque sabía que debía marcharse no lo permitiría. Jamás le
permitirá marcharse sin robarle el cálido soplo de su aliento.
Sus brazos de quinceañera rodearon el
cuello del joven. Los ojos se enfrentaron como nunca lo habían hecho, sin
pantallas de por medio, pero con las mismas poderosas ilusiones. Los últimos
intentos de voluntad de aquel muchacho se estaban consumiendo. Finalmente, uno
de ellos sucumbió. Los labios se alcanzaron en el más fino Rose de un beso...
Cuando la luz del sol entro por la ventana
para despertarla, justo antes de abrir los ojos, le regaló a la mañana su más
tierno suspiro, insegura de si aquello había sido o no un sueño, insegura de si
quería que lo fuese o no… y con miedo, con dudas, con ilusiones… abrió los ojos…
Kevin Heves
Maranetto Vranich
9/5/2016
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