Simón iba por la calle con paso
ligero, pensando en sus propias cosas, no estaba muy claro que era lo que iba
pensando, tanto podía ser que le faltaba para la cena de aquella noche, en la
rubia bonita que acababa de cruzar a su lado o que quizás estaba llegando tarde
a alguna parte, esto último porque había mirado con el rabillo del ojo el reloj
que tenía en la muñeca.
El era Simón, no era demasiado alto
pero rondaba el metro ochenta, sus ojos no tenían nada de particular y eran de
un marrón oscuro, no era un hombre demasiado bien parecido pero no era una
persona fea, y compensaba los defectos que sabía tener con una charla
cautivante, su vos, un poco gruesa, gustaba a las damas. Y si bien no siempre obtenía
lo que quería de ellas, podía sentirse satisfecho de haber doblegado la
voluntad de muchas.
Aminoró el paso un trecho, en
frente suyo una morena con una bonita figura daba gusto ser observada y Simón
no era hombre que negara la oportunidad de distender sus ojos en una bella
señorita que exhibía los atributos con los que había llegado al mundo, y si no había
llegado con ellos, al menos había sabido cultivar cada uno en su correcto
sitio.
Como no era hombre atrevido tampoco
demoró demasiado su caminata a medio ritmo y terminó por pasar a la dama regalándole
una de sus sonrisas, la misma que le dirigió a la jovencita que de frente traía
una cara algo divertida como si hubiera estado atenta a lo que pasaba frente a
ella, a Simón eso no le molestaba, que una mujer le observara mirando a otra
era una señal indiscutible de que él estaba “libre” y eso no tenía nada de malo
En la esquina de aquella ciudad, ni
muy grande ni muy pequeña, casi choca con un caballero, al cual no tuvo más
remedio que susurrar unas disculpas, Simón no se caracterizaba por ser un
hombre maleducado, pero tampoco era un caballero con todas las letras, más bien
usaba estas cosas para salir del paso y seguir su camino, puesto que llegaba
tarde a algún sitio, seguramente, eso solo lo sabía Simón.
Cuando paso frente a la vitrina de
lencería no pudo evitar detenerse un modesto instante, seguramente por su
cabeza pasaban aquellas prendas a pertenecer a alguna de las mujeres que había poseído
en sus brazos y desnudado con sus hábiles manos, aunque quisiera le hubiera
sido imposible determinar cuántas fueron en realidad, muchas habían sido
mujeres de una noche, estaba seguro de jamás haber conocido el nombre de
alguna, había tenido novias y parejas y hasta se había casado una vez con una
buena mujer, había tenido un hijo con ella que iba a ver varias veces a la
semana y compartía buenas tardes los domingos o sábados. Y en él pensaba posiblemente
cuando pasó frente a un escaparate que mostraba algunos juguetes para chicos…
Cualquiera que hubiera visto esa
sonrisa producida en sus labios hubiera adivinado que creía que su pequeño niño
ya no era tan niño, no tardaría en tener que hacerle otros tipos de regalos
menos infantiles y comenzar a tratarlo como el hombrecito que pronto sería. Si,
seguramente en eso divagaban sus pensamientos cuando llegó a la plaza, y contra
todo pronóstico se sentó en uno de los bancos, mirando nuevamente la hora,
cruzó las pernas y aguardó.
¿Qué aguardaba? A lo mejor ni Simón
lo sabía, lo que si sabía es que desde ese ángulo puntual tenía una excelente
vista de las damas que iban y venían por la calle principal de la ciudad, y que
en esa tarde cálida de primavera las jóvenes aprovechaban a presumir los
atributos que como ya habíamos dicho, habían sido consagradas en esta vida.
A la derecha de Simón había una
pareja de adolescentes impregnados de primaverales pasiones, así como el
recordaba las propias en su adolescencia, entregados en unos abrazos efusivos,
en promesas de amores eternos, aunque el no estaba seguro de haberlas hecho sabía
que las había recibido de Julia, su primer novia. Tenía buenos recuerdos de
ella, sabía que había sido el primer hombre para esa mujer y eso las deja
marcadas siempre. Lo sabía porque cuando la saludaba acompañado de su marido y
sus dos hijos esos ojitos azules que en su juventud lo habían cautivado le
recordaban a gritos que no había olvidado aquella temerosa primera vez.
Simón dejo volar un poco sus
pensamientos, escuchó el cantar de algunas aves en las palmeras, tras el
chisporroteaba el sonido del agua de una fuente, las palomas metían un poco de
alboroto al ser corridas por algún niño, seguido del posterior regaño de la
madre.
Frente a el pasó una de tantas
jovencitas que atraían su mirada, algo joven para su gusto es verdad, la
muchacha apenas pisaría los veinte años y el ya tenía bien puestos sus treinta
y cinco. De tez ligeramente más oscura a lo normal, no tenía mucha belleza que
se pudiera destacar pero tenía algo que llamaba la atención en su forma casi
infantil de desenvolverse con sus compañeras. Iba como todas mostrando los regalos
que la naturaleza le había obsequiado y Simón dejo a sus ojos recorrer cada
contorno de la figura sin vergüenza alguna, lo que una mujer dejaba al
descubierto sin duda era para ser observado, así que Simón la miraba sin
recelos…
Eso fue hasta que la muchacha pareció
adivinarle los pensamientos y le regresó una mirada muy poco discreta con el
claro menaje de “atrevido” escrito en ella, al mismo tiempo aprovechó a menear
su cuerpo exhibiéndolo en toda su plenitud. Claro, Simón también vio como
comentaba el atrevimiento que el había tenido a sus dos acompañantes las cuales
le dirigieron ofensivas miradas como si se tratase de un depravado sexual, no
pudo evitar que le entrara un leve exceso de cólera, odiaba a ese tipo de
mujeres que querían hacerse las recatadas cuando eran poco más que mujerzuelas,
así a simón se le revolvió el estomago, recordó que debía mirar la hora y tras
comprobar que aparentemente se le había hecho tarde se levantó del banco y
regresó por donde había venido, casualmente pudo distinguir a lo lejos a las chicas
cruzándose con un muchacho que no tendría mucha más edad que ellas y le
dirigieron, Simón adivinó, la misma mirada insultante que a él, puesto que
estaban de espaldas y a duras penas distinguió el gesto del muchacho tratando
de no mirar en su dirección…
Simón seguía su camino pensando en
sus cosas, tratando de que sus ojos no se desviaran sin disimulo a la otras
figuras que la acera ofrecía para su deleite, cuando pasó junto al joven que
las chicas habían desairado…
Fue como una sacudida en el
interior de Simón, como si hubiera pasado junto a alguien que conociera y
estuviera muerto, o al lado de la misma muerte, un escalofrío que heló la
sangre dentro de sus venas.
Continúo caminando por supuesto, no
se caracterizaba por ser un tipo cobarde, pero todos los pensamientos del pálido
rostro de Simón estaban ahora concentrados en eso que había pasado a su lado,
ese joven que apenas habría avanzado en los veinte años, pero no era su
aspecto, su ropa, o su forma de caminar lo que le había producido ese
entumecimiento a su corazón, era la fría y helada mirada sin vida que despedían
sus ojos tristes. La mirada que, imaginó Simón, tendría un muerto vivo…
Por primera vez quien sabe en cuántos
años no pudo pensar en otra cosa y se descubrió a si mismo detenido en mitad de
la vereda reflexionando lo que acababa de ocurrir, y más intrigado aun se vio a
si mismo regresando sobre sus pasos tratando de alcanzar al joven que había
cruzado escasos minutos antes…
¿Qué pensaría la gente que veía a
Simón avanzar dando largas zancadas por las aceras como si su vida dependiera
de ello? Es indudable que miraban su expresión sombría con un dejo de
extrañeza, la prisa de sus pasos parecían las propias de quien acude al lecho
de un moribundo y desea llegar antes de que este exhale su último suspiro, le abrían
paso y quien no lo hacía Simón, haciendo muestra de su escasa caballerosidad lo
hacía a un lado, al final divisó al joven que caminaba con andar calmo, mano en
los bolsillos y sin mirar nada en absoluto mas allá de sí mismo, la mano de
Simón se puso sobre su hombro y el muchacho extremadamente sorprendido se giró
mirando al robusto hombre que lo sostenía, no atinó a decir nada, y a Simón se
le atoraron las palabras en la garganta…
¿Qué hacía allí? ¿Por qué se había
regresado? ¿Con que fin había detenido a este chico? ¿Que pretendía preguntarle?
¿Le interesaba la respuesta? ¿Por qué ese perfecto desconocido había causado
tan extraño comportamiento en él? ¿Qué haría ahora? ¿Se animaría a hacerle esa pregunta?
¿Cuál era la pregunta que pensaba hacerle? ¿Por qué se estaba cuestionando
estas cosas?
Lo cierto es que el pobre Simón
estaba completamente perplejo, la mirada de él se había clavado en sus ojos y
allí estaba, esa mirada fría, glacial, esa mirada que congela la sangre dentro
de las venas, esa mirada triste que irradia desesperanza, una mirada donde
alguien ha quitado el brillo de la esperanza y el brillo de la propia vida,
como si detrás de la ventana que esos ojos eran de la persona, el alma se hallara
ausente, al final preguntó:
-Chico, porque tu mirada esta tan
vacía y hay en ella tal desanimo por la vida que la transmites si se te
mira a los ojos
La expresión seria del muchacho,
inquieta y eventualmente incomoda pareció relajarse, en sus labios, antes de
brotar una respuesta pareció aflorar un dejo de sonrisa, tan sutil, tan similar
a una mueca que Simón no estuvo seguro de
si había visto bien o no, aquel joven parecía incapaz de saber sonreír
-Hace tiempo amé de verdad a una
jovencita, como lo era todo para mí no sabía cómo demostrárselo, así que le
regale mi alma y mi corazón por completo. Cuando me dejó, hace ya cosa de un año,
se llevó sin saberlo todo cuanto le había entregado, lo que ves que soy es una
cascara vacía, y lo que te asusta en mi mirada es una media vida incompleta, la
esencia misma de un cuerpo que ya no tiene un alma en su interior, quizás, uno
de los últimos hombres que en esta tierra supieron amar, y quizás, uno que no
pueda hacerlo de nuevo…
Simón no está muy seguro que
sucedió después, lo cierto es que el muchacho en algún momento se marchó y el
estaba aun allí boquiabierto, con la mano extendida sobre un hombro que ya no
estaba allí, es seguro que Simón si llegaba tarde a algún sitio no llegó, si
debía comprar alguna cosa para la cena de esa noche no la compró, y tampoco cenó.
Lo cierto es que Simón estaba en su cuarto, antes de dormir, rodeado por los
brazos de una mujer y seguía pensando en lo que esa tarde le había ocurrido, preguntándose
quién sería ese chico, si volvería a cruzarlo para volver a preguntarle al respecto,
quien habría sido la chica que había herido su corazón con tan filosa arma que
a un año de aquel momento el siguiera sintiendo mortalmente la perdida…
El corazón de Simón pareció
ofrecerle esta respuesta, aquella jovenzuela que se había cruzado el muchacho
en la distancia, aquella que el mismo había mirado con cierto interés en la
banca de la plaza, no sabía porqué pero algo en su interior le decía que esa
joven era la causante de que quizás ese muchacho nunca volviera a amar a otra
persona… y si ese era el precio de haber amado, quizás el mismo nunca amara a
nadie tampoco…
Esa noche de primavera, en los
brazos de una mujer como tantas otras simón cerró sus ojos y se dispuso a
dormir sin reflexionar más sobre el asunto, pensando que al día siguiente lo
habría olvidado todo… Sin embargo el pobre Simón nunca pudo olvidar aquella
mirada fría de un ser sin alma, viviendo una media vida culpa de un desamor…
Kevin
Heves Maranetto Vranich
03/10/2011
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