Después de muchos años sin verse finalmente
la suerte los había encontrado por casualidad concertando aquella
comida en un clásico restaurante de la ciudad, tan solo verlos,
sentados, a ambos lados de la mesa, uno podía comprender sin ninguna
dificultad que la vida le había favorecido generosamente a uno de ellos,
mientras al otro, apenas había rehusado voltearle la espalda
Con
cierta incomodidad se había tocado el tema mientras almorzaban, entre
muchas otras trivialidades, mujeres, hijos, aventuras de la vida,
desengaños, infortunios e infinidad de temáticas con la que sentían
urgente necesidad de ponerse al día.
Esa misma tarde, el más
favorecido, marcharía en un viaje de negocios que duraría varios meses, y
para entonces, quien sabe si podrían reencontrase nuevamente
Ya
en los postres la conversación se desvió hacia la ciudad, donde ambos
habían crecido, y como ya no era la que ellos recordaban, la
delincuencia, la pobreza, la miseria, basura en las calles, crímenes sin
sentido, drogas y demás
Tocó en aquella casualidad que un pobre
hombre, mal vestido y con muy escasa higiene cruzaba por la vereda
opuesta a la que ellos se encontraban, deteniéndose en el recipientes de
residuos que allí había, revolviendo y buscando seguramente cualquier
cosa que le fuera útil, sin éxito.
El pobre hombre, decepcionado
se sentó en el cordón de la vereda a la sombra de un árbol mirando a su
alrededor, dejando divagar su imaginación, colocándose en sus sueños en
el lugar de cualquiera de los transeúntes que por allí pasaban
negándole, en lo posible, hasta la mirada
-Es triste como algunas
personas terminan así, esa falta de iniciativa y voluntad para luchar
por la vida, acabar revolviendo basura – comentó el ejecutivo que ya
había terminado su postre y se limpiaba los labios
-Algunas veces
no tuvieron opción, cuantos de ellos alguna ves tuvieron dinero y una
mala inversión los arrojó a la calle, es un pobre hombre como tú y yo,
solo que la suerte no ha sido demasiado generosa con él
-Podría conseguir un empleo – añadió mientras el mozo se acercaba con la cuenta – esa gente no quiere trabajar
-
A lo mejor no pudo estudiar, o, siendo sincero, quien le contrataría
así, seguramente no tiene ni donde darse un baño… ¿Que haces?
- Pago la cuenta…
- Faltaba más, no voy a dejar que pagues mi parte – tomó la nota de la mano de su amigo y revisó la cantidad
-
Nada me hubiera costado invitarte una comida después de tanto tiempo
sin verte – colocó en la mesa su parte de la consumición y agregó varios
billetes para la propina
- Nada de eso, yo también estoy contento de verte – colocó su parte y unas cuantas monedas, el otro comensal lo miró curioso
- Quieres poco a los mozos
-
A ellos ya les pagan sus sueldos ¿no? – en eso se acercó la persona que
los atendía – Disculpe ¿Sería tan amable de guardarme los restos para
llevar?
El dependiente miró las monedas junto al planto y refunfuñó, pero asintió con indiferencia
- Debiste dejar que pagara la cuenta – sonrió su colega, luego se despidió y se marchó
El
otro sujeto espero que el mozo regresara con los restos, los tomó con
una sonrisa y se alejó, cruzando la calle, y los deposito en la falda
del pobre vagabundo que lo miro con expresión de sorpresa, se alejó en
silencio, sin decir una palabra, ni esperar siquiera un “gracias…”
Kevin Heves Maranetto Vranich
06/11/2013